Duermevela de un esclavo

Duermevela de un esclavo

Colores masónicos (Parte Dos)


Ahí estaba él. Erguido sobre sus conocimientos. En pie con su Memoria intacta. Firme en la languidez ilustrada de su Pensamiento. Recto… ¡tan rígido!... como erigido en una estatua de sal hecha Inteligencia. El hombre de rojo instruido en La Gnosis miraba compasivo a ese Hombre de Azul Mayúscula que se arrastraba sobre el escenario. Apenas unos pocos pasos los separaban. Desde la platea alguien observaba… Desde un asiento incómodo de teatro viejo… Todo… y Nada… era silencio. Silencio de entre mundos. Silencio de “arcaneidad” en vulgo léxico. El hombre de rojo sólo… únicamente… observaba. Con su pantalón rojo. Camisa roja. Corbata roja. Zapatos y calcetines rojos… a juego. Y ahí estaba él. Lejos de toda literatura y literalidad… Observador de la descomposición de ese Hombre vestido de azul que pedía su “intangible”. El oxígeno de lo concurrente. Oyente callado de un público de uno… soberano. Y entonces, La Gran Caja escénica gira noventa grados al E.S.T.E. y once segundos después 33 al sureste tres veces seguidas. Y el Hombre de Rojo en Supermayúscula principal piensa como el Universo está sobre ellos. Tres… tal vez, cuatro pasos les separan… Eso es un abismo insondable. Tan viejo como la sucia tela incolora de las butacas de patio. De las sillas de palco… El espectador se pregunta: ¿Quizás no hay ningún hombre vestido de rojo por entre los pliegues temporales del desDibujado escenario?. El hombre de rojo minúscula partícula sin gravedad permanece simplemente en su lugar… y nada más.

Morfología del hombre de azul: Su nutrición es heterótrofa. Interna. Fue amamantado. Es un supuesto vertebrado de amplia “inteligencia”. Puede procesar y construir objetos, planificar sus actos consiguientes… Sus tejidos orgánicos tienen una estructura clara, están aparentemente desarrollados para cubrir casi todas sus cientos de funciones.

El hombre de rojo asiente. Ese escenario no le compete. Quiere sinceramente ayudar al hombre de azul… pero, humildemente… no debe hacerlo. ¡No puede hacerlo!. Y otra vez… un potente foco de luz blanca ilumina simplemente al Hombre de Rojo. Alrededor de él se extiende el vacío de la oscuridad. Nuestro maestro suelta una carcajada de alivio. El espacio escénico vuelve a iluminarse… el hombre de azul sigue en su mismo sitio, tiene espasmos… sufre… continua arrastrándose sin avanzar. Ya nadie observa desde la platea. Todas las butacas están numeradas y apiladas, colocadas… dispuestas y orientadas hacia el contexto de un tiempo que parece detenido. Nada parece importar. El hombre de rojo minúscula no tiene camino que andar. Mira al cielo, pero lo que ve es el esqueleto incompleto de un dinosaurio de madera y poleas viejas. Un andamiaje de cartón piedra sin sentido donde el discurso, los invitados al festín del hueso humano… y los ponentes… son una suerte de figuración innecesaria. Y sin miedo, una sospecha razonable, un escrúpulo breve… no hay humanidad. Una lágrima que brote en un instante tántrico, casi catártico, del ojo del guardián. La temperatura es caliente y constante, aunque ningún sudor evapora su cuerpo suspendido… No hay rima ni alma, ni ánimo ni oda.