En la vida sólo hay acción… o, aburrimiento, no hay medias verdades. Os
voy a contar una historia que a día de hoy me parece como si nunca hubiera
pasado. Hagamos rapsodia. Es una historia de la montaña, la luna y la noche más oscura. De
tanques de combate que diseminados por el valle esperaban al amanecer entre
susurros de la radio mientras Mozart y algún que otro concierto resonaba dentro
de la cabeza. No existía el futuro ni el pasado. Ni gobiernos ni países ni
razón. La estupidez humana sí, pero éramos la consecuencia… y la gloria, sin
porvenir. La luna lucía inmensa tras un risco en un cuarto creciente que
escondía las posiciones de aquel caótico tablero de ajedrez. La noche se
amontonaba en nieve sobre la hojarasca que apenas retenía el calor corporal… La
montaña nacía y moría a cada nota que recordaba del allegro de mil clarinetes
retumbando en La Mayor. Entonces no había poesía, ni importaba 33 ser 33, o de
la 112. Recuerdo el silencio de las estrellas escondidas en la opalescencia de
aquel cielo relamido y virgen a un mismo tiempo… el silencio del viento que
soplaba fuerte y se llevaba la humanidad que quedaba penduleando del abismo. Recuerdo
el hambre seca de aquella madrugada con aromas a tomillo, conejo al ajillo, y
paella murciana de esa que presumen saber hacer los alicantinos... ¡Valientes capullos!.
En la vida sólo hay acción… o, aburrimiento, y en aquellos días dejé de
pensar, y de escribir y casi de sentir. No me cuestionaba el concepto Patria,
porque era algo tan vacío… como lo que siento hoy. La Patria no existe. Sólo
existen unos idiotas de baba que idolatran la tierra fronteriza de todas las
vergüenzas y las miserias humanas. Esos que dicen que morirían por Dios y por
su pueblo… ni saben que es El Pueblo del que sueltan chachara, ni han hablado
de tú a tú con Dios esperando la última alba. Cuando el miedo aprieta y tensa
los músculos. Cuando la escarcha se aferra al pecho que ya casi ni late. La
Patria… me preguntaba con una mueca gris entre las sombras tras un gran abeto
macedonio golpeando con las botas en el suelo de ramaje impreciso y pequeños
témpanos para entrar en calor. ¿Qué es la Patria?. Mentalmente me recitaba
poemas memorizados de Quevedo y Machado… esa era mi patria. Mi pequeña patria
de las lentejas de la yaya entre vaso y vaso de Johnnie Caminante. Shhhh… Ahora
en esa afonía de la madrugada hecha dioptrías y té con leche, entre teletiendas
absurdas en la televisión e Internet, entro en acción como pequeño escribiente hombre-cojín.
Camuflando las internas almorranas garrapiñadas de mi ano y mis delirios de
estreñimiento jugando con la PlayStation 4. Soportando al personal con la
paciencia del que no espera sorpresas en cascada con guarnición de cascoporro. Hay
tantos y tantos gilipollas, tan sabios… tan doctos, tan certificados y
diplomados, y tornasolados… y graduados entre pliegos de sandez. ¡Loor a
ellos!. ¡Viva la España anestesiada!.