Dejé de leer literatura on the rocks hace mucho
tiempo, cuando empecé a comprender que ya no quedaba nada verdaderamente
inteligente que leerse devocionalmente… ahora trasiego chupitos de letras, de
modo ocasional. Dejé de escuchar música "actualizada" cuando Nirvana sacó su disco Nevermind
a finales de 1.991 y escuché por primera vez Smells like teen spirit entre ruinas y con mis 28 años bien aburridos de
escuchar siempre el mismo rock and roll... el mismo blues, el mismo Mozart… aquello sonaba
diferente. (Bach’s grunge) Era el puto Ulises de Joyce que nunca he tragado en
pastillas de Paul Auster. Allí en Bosnia leí su Palacio de la luna, entre ratos
perdidos; me lo pasó El Niño Muerte que creía que ya estaba bien de que leyera
tanto la Scientific American: Siendo consabido, como decía él, que el más
profundo y oscuro de los agujeros negros es aquel que se te puede originar en
el jodido estómago-nebulosa por el calibre 7,62x39 de
un puto Kalashnikov. Y no dejaba de tener toda la maldita razón, pues entre
releer a Melville y a Twain, a Lorca, Alberti, y todas las sonatas entre
Paganini y Chavela Vargas, se me iba la cabeza. Y así era mucho mejor… Aquel 92
no hubo Euro. Ni Juegos Olímpicos. Pero si odas de Píndaro a la física de las trayectorias balísticas y un Sol que no calentaba ese agosto sin playa helado de
incertidumbres. Con lo de puta madre que hubiera sido pasar aquel veranito de
insurgencia en Edimburgo entre tragos y olvidos. Mandiles y manteles de fino
tergal. Y copas talladas en Grainger Road, Essex. Pero todo era dulce
metal… la familia en Torrevieja, Alicante… España entera, en Benidorm,
Alicante… y un general empanado repartiendo chapas para la palma de la mano a
los futuribles Logan. Himnos triunfales. Mientras sonaba You shook me all night
long en un Walkman de Sony El Muerto cerraba sus ojos un día cualquiera.
Dejé de leer literatura… hace mucho tiempo. De
la buena y de la que ignoro… o mejor dicho, más “propia mente” en dos palabras…
prefiero ignorar. Porque ya no hay escritores, hay repartidores de letras bizarras.
Pizzeros de la comprensión oral, y cursos de escritura creativa para enseñar a
cocinar una vichyssoise de novela negra con doble extra de alcanfor.
Ya no se condimenta a fuego lento con su guarnición de postas buena literatura a escopetazos en su jugo como
aquella que cazaba trotón Miguel Delibes, y devoraba con fiereza mientras escuchaba desde la habitación de la
casa de mi yaya a Los Beatles y La loba de Marifé de Triana en el salón de la
vieja encomienda. Entonces era un privilegio aquel augusto lugar, la biblioteca
del abuelo, los libros de la Austral… Fausto de Goethe y Luces de bohemia de
Valle-Inclán. El esperpento de Max Estrella en la guerra y la paz de las
extravagancias militares me lo encontré de bruces algunos años después… Grotescos
mamarrachos y figurines de uniforme y sin uniformar, o peor dicho, con sus
cerebros perfectamente parejos e igualados… me han instruido fielmente sobre
cual es mi lugar en éste complejo de edecanes. Correveidiles sociales que tan
sólo buscan el público reconocimiento de sus meritos sistémicos. De verdad, si
me interesara tan sólo un poquito por las penurias comunes, los pasaría a
cuchillo sin inmutarme ni lo más mínimo. Pero como la literatura… “on the
rocks”, deje la violencia precisa para con los imbéciles contaminantes… hace un
largo tiempo. Cosas de la Realidad Radical que no preciso mostrar, porque
probablemente la razón… siempre asiste a los necios, y a mandar… que para eso
estamos señores capataces.