No hay iglesia, monumento, ápside catedralicio,
contrafuerte o pilastra, pirámide, obelisco, o frontispicio grabado en
pantocrátor intellectus que no busque su sombra. Pues el fuego de la gárgola
está a pleno sol en el extremo mayor de ese eje donde las bocas que hablan no
dicen nada, pues nada se escucha de ese necio croar de la charca humana. Y la
piedra antigua, la venerada, la escrita a cincel es clave del arco y referencia
de la línea geométrica imaginaria que divide a la Humanidad en dos: Esa pieza
cilíndrica de mente, cuerpo y espíritu que es el Ser humano perpendicular que
gira partiendo de lo figurado, y El Ente Humano que cual mente, pensamiento y
memoria, escribe los cuadrantes de una idea básica y fundamental sobre el
sentido de un Dios Constructor Arquitecto del Universo que se constituye así
mismo cual eje de un sistema coordinado de Realidad Radical y Libre Albedrío.
Siempre digo igual… creer o no, es opcional. Ver, es imaginar… observar es
percibir el imprescindible movimiento sempiterno de la vida en todas las rectas
cartesianas de forma individual, con tiempo, azar, radios, esferas, gusanos,
cuerdas y gravedades que El Gran Maestro de Obras y Supremo Obrero de todas las
cosas, nos sustrae. No hay filosofías, ni ojo ni grafías ni signos, ni álgebra
ni números al final del camino, sólo permutaciones de materia y corrientes. El
constituyente de un principio global. Elementos y calor, y vuelta a otro giro en
espiral y otro más. Nuestras fotografías, nuestros recuerdos más recónditos,
las remembranzas de las telas que un día vestimos de alegría o dolor, las
evocaciones de los pequeños regodeos de nuestra existencia vacua son los
escalones de ese poliedro ancestral que hemos de subir una vez aprendices de la
única verdad. Que no hay una verdad completa sólo verdades perfeccionadas.
Y no hay maldad, sólo oscuridad que lo baña
todo y a casi todos los seres vivos. Negrura perpetua de sus percepciones y
dictámenes en penumbra de miles de objetivas razones y razonamientos
“clarividentes” y profundos. De un Dios omnipotente, de una creación sin Dios,
de un agnosticismo científico o un dejemos ese batiburrillo para cuando alcance
privilegios sociales y posición. Lo dicho… no hay maldad, hay infelicidad…
Infelicidad de achacar a otros: A los creyentes, a los militares, a los rojos,
a los rusos blancos, a los yihadistas, a los "pescateros" del negocio de las armas, a los que
no creen, a los bancos, a los reyes, a los corruptos, al patronaje, al obrero,
al futbolista, al árbitro, al equipo rival, al periodista, al camarero, al que ensambló
mal la pieza del motor del coche, al que incendió el vertedero, y otro que tiró
el penalti y lo falló… todo posible etcétera vale. Hay miles de opacidades tras ventanales cerrados y días
que transcurren semejantes y enfermos en aglomeraciones vacías. La conmutación
de la Gran Humanidad quizás consista en dejar hundirse en la mierda todo éste lupanar.
Olvidar ese punto azul de sinsentido y pequeños emperadores de ciento y pico
basureros de sutiles inteligencias beligerantes unas con otras. Donde la Energía
Oscura es teorema insuperable y la superstición de la santidad de un profeta
adhesión irracional. Un mercachifle de palabras redentor de samaritanas
perdidas en la Sodoma de los bites, y una puerta interdimensional la entrada de
servicio de la Pensión de la Tati. No hablemos de la Gran Babilonia, hablemos
de un mercado de abastos cualquiera, un super, la marquesina donde la gente
espera un bus, una cafetería cualquiera. Malo es el inmigrante, el político, el
refugiado, el que sonríe… hasta aquel que sonríe bajo la lluvia y nos expatria
de humanidad su rostro iluminado.