Leo en la canallesca digital como una árbitro
suspende durante unos minutos un partido de la Segunda Catalana porque un
energúmeno la mandaba a fregar platos. ¡Ole sus ovarios!. Pero reflexiono…
Después de que el espectador machista fuera obligado a abandonar los graderíos
del campo y se reanudara el partido… ¿es necesaria la ovación mancomunada de
los borregos presentes a la Señora Colegiada?. La respuesta es obvia, y políticamente
incorrecta en apariencia: ¡No!. Todos los días en España juezas en distintos
ámbitos en muy diferentes juzgados dictan sentencias, al igual que sus
compañeros del otro género, y no tienen ni porque ser aplaudidas ni jadeadas
por hacer su trabajo. ¡Ea!, pues eso. El balompié puede ser el penúltimo
refugio del machismo stajanovista del ocio, pero dentro del terreno de juego el
árbitro es el juez absoluto que dirime todo lo relativo al desarrollo del
evento y por hacer lo justo y necesario ni debe ser ofendido ni espoleado. Tan
"falocrático", (¡menudo palabro!) es el cafre que denigra a la Señora Trencilla sea ésta buena, mala o
regular como la manada que aplaude una vez todo vuelve a la supuesta normalidad
igualitaria. Que ni de coña es tal. Pues en los campos de regional, y otras
categorías inferiores se persiguen a los chavales árbitros gays declarados cual
conejos abierta la veda y la noticia no vende esplendor ofensivo informativo.
El fútbol merece respeto. Y no se trata de hacer eslóganes en plan: Cero
insultos en la grada. Por ello creo Dios en una versión de madera pequeña y
tabernaria el futbolín, para los borrachos y demás bocachanclas que no saben ni
dar patadas a un bote y que lo más redondo que han visto en su vida fueron las
tetas de su madre cuando los dio de mamar. Los protohumanos que insultan desde
los graderíos, y se creen a si mismos que con ello animan a los suyos sobran en
el deporte… son esos mismos mierdasecas que cuando pierden los suyos los llaman
mercenarios y se quedan tan anchos, porque meten goles de fantasía con la
polla.
Confieso que cada vez me desagrada más ver
fútbol porque me hace sentir vergüenza ajena observar en que se ha convertido
algo que he amado profundamente. Ya pocos saben el porque de las dimensiones
del terreno de juego, porque hay un círculo central o semi círculos en las
áreas o en los corners, o el porque se llama “trencilla” al “colegiado”. Algunos
creen que es por un cordón trenzado que
usaban antiguamente los colegiados para tener atado el silbato al cuello. Lo
cual es rigurosamente falso. La verdad es algo más profunda y de un significado
simbólico masón, hermético e iniciático. En los inicios del balompié, los jueces
máximos que velaban por la imparcialidad del juego iban vestidos con una
especie de chaquetilla en cuyos bordes tenían la llamada pasamanería con forma
de trenza, y es por esa forma en el vestir por la que se le conoce al “arbitro”
como trencilla. Los primeros árbitros eran los maestros, antes de que los
alumnos y aprendices se hicieran jugadores profesionales sin virtud académica,
se pusieran vallas al campo, se pagara por ver jugar el invento de una vieja
historia romántica… y simplemente la gañanía ocupara asiento para decirle a una
mujer que su sitio está “lavando platos”. Siento vergüenza. Y asco. Claro que
afortunadamente algo no morirá del todo mientras dos amigos pongan sus
chaquetas en una playa y tengan un balón, mientras los niños jueguen en un
patio de mundo, de África, de Argentina, de España, de Escocia… Pocos ven la
“pasamanería” trenzada del portero de la logia, del maestro entronizado en la
silla más elevada del último templo. Los delantales de los “canteros” actuales
están demasiado impolutos, sus atributos de señores importantes… Yo sólo quiero
ser el gorrilla dentro del terreno de juego, y dar loor a él. Un terreno de
juego está escrito con escuadra y compás, fuera está el “protohumano”, el
tambor de guerra, el ultra, los presidentes con ínfulas… y las copas del “Rey”
gitano… y sus vasallos. La esencia de lo demás el aroma de la flor del cardo.