Duermevela de un esclavo

Duermevela de un esclavo

Escribir no le convierte a uno en escritor


 Escribir no le convierte a uno en escritor. Ni por llevar escribiendo toda la vida, ni por haber publicado algo, ni por tener cientos de miles de palabras desperdigadas por los cuatro vientos… o a los cuatro malditos vientos. Tengo demasiado respeto por el oficio. Quizás es por ello que quemaría a muchos que se consideran autores, y “artistas”, principalmente… sus libros “quemaría”, claro está… como ensalzaría a otros que son denostados; hay muchos literatos y poetas que merecerían subir a los altares, y tantos que se han ganado por pesados el derecho a despeñarse o se “sobrevaloran”, sin más. Respeto demasiado a Hemingway, a Kafka o al gran Rafael Alberti, para llamar Poeta con mayúsculas mínimas a algunos juntaletras, incluso novelistas glorificados que por más vendidos o menos… son loados. De hecho yo mismo sé de carne propia lo es ser juntaletrillas, y si por un solo segundo me considerara escritor me daría de cabezazos contra el portátil. No lo soy, como más de veinticinco putos años de caqui no me han convertido en militar; unos cuantos tiros certeros no te hacen Señor de la Guerra, ni haber construido arquitecturas poéticas y versos, bardo de rima, rapsoda de la asonancia. La guerra y las armas de Machado y Neruda con los pies descalzos, me sigue sabiendo a patatas fritas embadurnadas de grasa fiera… de la carne santificada que devoré en el silencio con Melville, Verne, Stendhal o Bradbury. Creo que el verdadero escritor es aquel que genera emociones y no artificios, como la buena música… o el buen cine… quizás sea por ello que prefiero cien veces una novela del gran Stephen King de “juventud”, con sus mil errores… que cagarme en la puta madre de James Joyce cada vez que intento leerle mientras sufro un puñetero ataque de asco y nauseas. Pues la Gran Novela de todos los tiempos ya fue escrita… y sencilla.
Porque lo digo con la inconsciencia de mi letra vana, a pecho tordo, con total humildad y sin avergonzarme… Yo soy de esos que aun ríe leyendo El Quijote. Y a veces, lloro por dentro. Toda la obra de Orwell me aburre, de Tolstói, de Borges, de Victor Hugo… con su grandeza… No la cambio por un párrafo de Gabriel García Márquez, de Capote, de Faulkner… de Dumas. No es cuestión de filias y fobias, o tal vez si lo sea… pero soy de Quevedo y Góngora. Y de Kenzaburō Ōe antes que de Murakami. Y aplico aquello de que: Una vez que se ha pensado algo, es inevitable la mediación del lenguaje. Mas escribir es algo más que sintaxis, y semántica, ortografía y gramática… Creo que la literatura es un organismo vivo por más que se empeñen cientos y cientos de hordas de escritores recién publicados y “orgullosos”, un poco… cada día. For whom the bell tolls me enseñó en mi adolescencia convulsa que era el amor, pero nunca fui Robert Jordan más bien he sido siempre un poco Guillermo de Baskerville con su “pequeña” Navaja de Ockham. Un poco franciscano, un poco “ingenuo”, entre el juego y la ironía, lector desde ese lugar donde muere la filosofía y nace la ciencia. Es por ello que me maldigo ahora que no moriría por salvar ni un “miserable” libro, pues no creo que ninguno merezca la pena. Quizás me he vuelto humanista con los años… o un cabrón, simple mente. (En separado) O mi alma ex libris se ha transformado en algo similar a esa ostentosa y laberíntica biblioteca de El Nombre de la rosa que no merece la pena ser salvada. Y ahora pienso en ese chico de dieciocho años que ayer mató a diez personas en un centro comercial en Alemania. En la importancia de la vida humana, cualquier vida humana. En la locura de cambiar unas vidas por otras. Vidas sirias, árabes… europeas. Probablemente haría quemar todos los libros del mundo por una única vida, desaparecer todas las armas por una última mirada serena a las estrellas.