Supongo que conspirar es una de esas cosas que
son consustánciales a la memoria genética del hombre. Pues conspiraba el hombre
de las cavernas ya entre ellos por hacerse con el mejor pedazo de la carne del
mamut, o la belleza de la hembra más fértil de la tribu, el sacerdocio y la
realeza faraónica en el antiguo Egipto por el mando en plaza y el poder de los
dioses del Nilo, los señores feudales por las tierras de labranza y en sus
castillos urdían intrigas entre primos y hermanos con sus correspondientes
concubinatos e incestos varios… y, que decir de los tejemanejes de la Iglesia oscurantista de siempre y
el Papado a lo largo de los siglos y las querencias. Pues eso, que nada hay más
“humano” que el arte de la conspiración. Algo de lo que no se puede decir el que
no ha de haber tales carneros ahora por parte de los negacionistas, como
tampoco pensar que todo el monte es orégano por el lado de los conspiranoicos…
pero, el balance de la verdad es el que es. Existen las conspiraciones, negarlas es estupidez. Y también las
grandes conspiraciones a nivel mundial. E incluso, las conspiraciones, sobre
las conspiraciones. Y cuanto más arriba nos situamos en la escala social, más absurdamente
paranoico se nos vuelve todo esto. Hablo de una escala social en la que no manda el
dinero y la realización en lo económico tan sólo, si no el poder megaterrenal
de la Gran Conciencia y el gnosticismo. El hombre común que vive sus vidas
aferrado a lo ilusorio no es consecuente, ni reflexivo ni juicioso, de cómo es
manejado por “fuerzas” que conviven con él cada día… en su misma calle, que
compran la leche y las verduras en su mismo supermercado… y que conspiran, sin
pausa, continuamente por el mantenimiento de un statu quo "ideal"; sobre el que otros
ímpetus igualmente poderosos conspiran, a si mismo. No ver las cosas tal como
son en realidad… es el mayor de todos los miserables engaños del hombre moderno. Algo
para lo que la fe no es tan precisa. Todo el “poder”, está en nuestras propias
manos.
De modo que no hablemos de que nos está pasando
cuando os voy a situar en un ejemplo cotidiano de lo más superficial. ¿Os
gustan los tomates?. ¿Sí?. Grandes, rojos… definitivamente perfectos,
redondeados… con sus ramas verdes y su olor a… tomates. ¡Ahí los tenéis!.
¡Cogedlos!... Un spray de químicos los impregna de ese aroma embriagador a
huerto. Plastifica su piel… que podéis lavar una y otra vez y dar a morder a
vuestros hijos. La cadena bacteriana no se romperá, la onda viral… el círculo
transgénico. No os preguntéis porque han aumentado las alergias
exponencialmente y los casos de cáncer. Si cada vez los medicamentos son más
paliativos, que curativos. Si el agua es de más calidad o menos… Los
laboratorios testarán los productos que compráis y os dirán para vuestra
tranquilidad y la de los vuestros, que cumplen con todos los estándares de la
ley. Seguidlos consumiendo. Las naranjas “perfectamente” redondas, de un brillo
intenso… y el pan crujiente. Los laboratorios que analizan lo que coméis no
trabajan para vosotros clientes que consumís hasta morir, y que pagáis la
“tranquilidad” de no pensar… laboran para el poder de esas grandes marcas que
todos sabéis, que cotizan en la bolsa, que dan apoyo a la política y los
antidisturbios voceras del sistema… que os dicen a quienes tenéis que situar en
todo lo alto a mandar. Lo que acabo de decir se puede y muchos lo llamarán
conspiranoia. Precisamente siempre, los mismos tratarán de convenceros de
que tales conspiraciones precisamente no existen. Los que os convencerán de que
los laboratorios se encargan de supervisar para que ningún producto en mal
estado llega a la cadena de consumo humana. De modo que podéis beber la marca
blanca y la normal con igual tranquilidad, como podéis estar seguros del nivel
“curativo” del medicamento fetén, y el genérico. Y después me contáis la
historia que queráis y os convence. Pero la alergia os la coméis… mientras
bebéis la misma agua tratada químicamente que el laboratorio os certifica, y
dais el mejor lácteo a vuestros hijos.