Duermevela de un esclavo

Duermevela de un esclavo

Sueño imPropio de una noche de verano


Hoy he tenido el sueño más extraño e irreal de toda mi vida… no es exactamente una pesadilla, pero pudiera serlo. Cuando me desperté comprendí muchas, muchas cosas… y omitiré los detalles personales. Ahora si sé quien soy… pero también quien tengo que llegar a ser… Nada especial… Nadie, especial. El sueño empezaba enfrente de una casa monolítica, grande… de unas cuatro o quizás cinco plantas de altura, los muros de ladrillos rojos viejos… sin ventanas, sin terrazas, frente a una gran explanada de asfalto de tipo parking sin líneas que delimitaran espacio alguno. No había estacionados vehículos, todo estaba impoluto. Tan sólo se vislumbrada una puerta de entrada, nada peculiar, tan corriente que no la recuerdo con exactitud… quizás de hierro, quizás de madera… con cristales. Era un día agradable. Brillando un Sol imponente. El cielo azul, y algunas nubes de esas de aspecto algodonoso en todo lo alto; y ahora recuerdo bien como entré allí relajado, totalmente sosegado y sin el más mínimo temor a aquel edificio desconocido. Se abrió ante mí un hall austero, recoleto… exactamente las paredes del mismo ladrillo encarnado del exterior, mas… cuidado, con aspecto más nuevo y nítido. El suelo también parecía asfaltado, pero como el de esas canchas de baloncesto urbanas bien pulidas. Tampoco había marcas, algunos palets tirados al tuntún. Y sólo una recepción con aspecto metálico sin objetos sobre ella donde se apoyaba sonriente un viejo amigo que me observaba de un modo franco, sin doblez alguna. Nos saludamos y hablamos de cosas sin trascendencia durante algún tiempo, luego le dije que tenía que tomar el ascensor. Uno que había al lado de puertas igualmente pulidas y metálicas, inmaculadas, y que no tenía botones para llamar. Que apenas me acerqué a él, se abrió sin emitir ruido alguno, automáticamente. Marcaba siete plantas más, ocho botones. Me quedé mirando mientras se cerraban las puertas y mi viejo amigo... si aun lo es... se quedaba parado en silencio tras aquel mostrador metálico ojeándome pausada y atentamente. No tenía ningún sentimiento que mostrara temor o duda. Estaba tranquilo. Muy tranquilo.
Cuando llegue casi inmediatamente a la primera planta, salí sin prisas del ascensor y éste se cerró al instante tras de mí. Estaba en una sala amplia y diáfana totalmente metalizada, como si estuviera hecha toda ella de una única pieza de acero inoxidable absolutamente bruñido y lustroso bañado en plata. Sólo que sin brillo. Un lugar bien iluminado pero sin lámparas ni luces excesivas que te dañaran la visión. En seguida tuve la desasosegante sensación de haberme perdido. Fue un breve instante. Había al menos seis ascensores en cada una de las cuatro paredes de aquella estancia de unas dimensiones cúbicas prácticamente perfectas. Sin embargo no tenía ningún temor. O se desvaneció. Mantuve una conversación durante algún rato con un hombre algo mayor sobre el sentido de la vida, y cuando termine sin preocuparme porque ascensor debía tomar se abrió uno cualquiera. Tampoco como en la planta baja había botones para pulsar en aquellas paredes. Dentro del elevador toqué levemente el botón que llevaba a la planta baja de nuevo, y volví al mismo hall de entrada donde seguía mi amigo que me pidió que me acercara hasta él. Me hizo mirar tras el mostrador de aquella recepción metálica, mostrándome todas las cosas que tenía allí guardadas. Apartadas en bolsas de plástico de las que me dijo que tenía que deshacerme tarde o temprano. Eran objetos que ciertamente reconocí como míos… y entonces, desperté… no hace ni quince minutos. Tenía una sed horrible en el garganta, y me estaba meando. El perro como siempre tirado en mitad de pasillo sin molestarse en levantar el culo para dejarte pasar. Me he tomado el Danacol de marca blanca nuestro de cada día y he cogido una botella de agua para calmar la sed mientras escribía todo esto apresurado. Y De repente me he dado cuenta de que tengo demasiadas cosas, sobre todo… demasiados recuerdos, demasiadas deudas de sangre de las que desprenderme, deudas que pesan en mi conciencia… cual cadáveres en el armario que me impiden dormir en la oscuridad; cuando se desvanece el día… claro que ya, ha amanecido.